Recuerdo muy bien la gracia que me hacía de niño la imagen de dibujos animados en la que el personaje al que habían cosido a balazos intentaba beber agua (como si nada le hubiese pasado), y el agua se salía por todos los agujeros hechos por lo que se convertía en una especie de aspersor.
Son tantas las personas que nos sentimos así en algún momento de nuestras vidas. Nos llenamos de las palabras positivas de otras personas, de sus muestras de afecto, los elogios, los abrazos, las caricias, la amabilidad, su amor y, sin embargo, todo ello se nos escapa por las heridas hechas por los balazos de la vida. No importa cuántas cosas buenas nos pasen, solo nos llenan temporalmente. No importa cuánto amor se nos dé, no nos satisface.
Los traumas sufridos son los tiros que ha recibido nuestra alma, nuestra inocencia, nuestro valor, nuestra dignidad. Nuestras heridas son los agujeros por los que se escapa el agua refrescante que debería darnos vida. Con nuestras heridas sin sanar, con los agujeros sin tapar, viviremos en constante deshidratación emocional y psíquica.
“Cada vez que alguien me dice que he hecho un buen trabajo y muestran admiración o gratitud por algo que he hecho, me siento muy incómoda y respondo de forma torpe que no es para tanto, que cualquiera podría hacerlo”. (Superviviente de ASI)
Estamos ante un sencillo caso en el que no podemos aceptar la alabanza hacia algo que hemos hecho. El agua fresca del aprecio de otra persona, no se queda dentro de nuestro ser sino se escapa por las heridas no cicatrizadas.
“Cada vez que alguien me hace un cumplido o me felicita por algo que he hecho bien, me invade un sentimiento de invalidez e incomodidad. Me quedo sin palabras y de forma torpe me disculpo y doy a entender que no es para tanto. Entonces alguien me animó a responder con un simple ”gracias”. Así evito rechazar el cumplido y, a la vez, no da tiempo a que me asalten los sentimientos que rebajan mi valor. Esa sencilla palabra, se ha convertido en el tapón que evita que se escape el agua de la aprobación y afirmación que refresca, regenera y reconforta.” (Superviviente de ASI)
“Ayer mi amiga, que me conoce bien, me avisó de que me iba a abrazar. Ella sabía que yo necesitaba un momento para bajar la guardia. Yo sabía que no iba a ser un abrazo superficial. Iba a ser uno de esos que duraban más de seis segundos, de aquellos que te tocan el alma. Me miró a la cara y cuando le hice un gesto de afirmación, se acercó a mí y me cubrió de amor. Poco a poco me abro más al contacto físico que sana. El calor humano ya no se escapa por los agujeros de mi alma.” (Superviviente de ASI)
Muchas personas supervivientes de abuso sexual tienen memoria de la agresión en la piel y viven en un estado de hipervigilancia. Esto complica recibir afecto físico. Parte de cerrar las heridas es trabajar en nuestro autocuidado, aceptando el cariño físico de personas en quien podamos confiar.
Hablar con otras personas (en ambientes protegidos) de nuestro trauma, conectar con nuestros sentimientos y vivirlos, comprender las secuelas del abuso y cómo nos afectan, liberarnos de las personas que nos agredieron, obtener ayuda profesional y de personas que nos quieren, aprender a juntarnos con personas que no sean tóxicas, etc. Todo son maneras de ir cerrando heridas.
Al hacerlo, poco a poco, el agua fresca que nos ofrece la vida no se nos escapará como si fuésemos un colador. Nuestra salud mejorará cuanta más hidratación tengamos. Sufriremos menos cansancio emocional. Podremos caminar senderos más largos. Entonaremos melodías preciosas sin tener reseca la garganta. Disfrutaremos del paisaje sin que nos piquen los ojos resecos. Tendremos menos posibilidades de desmayarnos y perder el sentido. En definitiva, bebiendo agua y pudiendo aprovecharla, viviremos más y mejor.
Joel de Bruine